La ley anti-Toyota: cuando Japón le declaró la guerra a Toyota y el pacto de paz fue el auto más vendido de la historia

Es común que las marcas —sean o no de autos— reciban algún apoyo del gobierno de su país de origen, aunque a lo largo de la historia también se escriben casos en los que el mismo gobierno pone en aprietos a su industria local, al grado de poner en riesgo su futuro. Tal es el caso de Toyota y Japón en los años 60.

Un país que se industrializaba a paso acelerado

Japón fue uno de los países más devastados por la Segunda Guerra Mundial, pero ya vivía un atraso importante en materia de tecnología, infraestructura de transporte y producción desde antes del conflicto. Sumando los estragos de la guerra, los japoneses lo pasaron realmente mal.

El doloroso acontecimiento fue un parteaguas para Japón, sobre todo a nivel político. Se eliminaron algunas de las clases privilegiadas, tanto de militares, como de allegados a la Casa Imperial de Japón. El país se torna más democrático y, aunque dolido por la guerra, con ánimo de progreso.

Los historiadores califican a la década de los 50 y 60 en Japón como El Milagro Japonés, y es que su recuperación había sido tremenda. De ser un país rezagado y destruido por la guerra, Japón ya había construido las bases del gigante que es actualmente. Tokio dejó de ser una ciudad irrelevante en el plano internacional, para convertirse en una metrópoli altamente industrializada.

Así lucía Tokio cerca de 1960. La capital japonesa comenzaba a florecer.

El progreso también comenzó a reflejarse en los hogares. Llegaron las estufas, los calentadores, las secadoras y, desde luego, los autos. El consumo energético del país se disparó para cubrir las necesidades de la sociedad. Las calles estaban repletas de coches, la industria crecía a paso acelerado y el petróleo se encargaba de generar la electricidad del país. Lo único que podía salir mal es justo eso en lo que estás pensando.

El gobierno le declara la guerra a los autos... de Toyota

Los problemas ambientales llegaron más temprano que tarde. La segunda crisis ambiental de la que se tiene registro en la historia sucedió, justamente, en Japón. Tokio se convirtió en la ciudad más contaminada de la época, con escándalos que trascendieron a los medios, como el caso de un autobús escolar en el que viajaban niños que sufrieron pérdida de capacidad respiratoria. Algunos fueron hospitalizados e incluso hubo fallecidos.

Las autoridades japonesas estaban en el ojo del huracán. La acelerada industrialización del país y las mismas condiciones orográficas de Tokio, que complican la dispersión de contaminantes, desembocaron en un problema ambiental grave. El gobierno no quería frenar el desarrollo industrial del país, reducir el consumo interno de productos o ser señalado como culpable al apostar por una red de transporte público contaminante. ¿Su solución? Declarar la guerra a los autos.

Sin consultar a especialistas ambientales —que tampoco había demasiados en la época—, el gobierno japonés reacciona radicalmente con una ley que obliga a los fabricantes de autos a reducir en un drástico 80% las emisiones contaminantes de sus modelos en un periodo de tan solo 5 años. Era un decreto inaudito, algo que ningún gobierno había hecho antes.

Japón declaró una ley que obligaba a los autos a reducir un 80% sus emisiones contaminantes en un periodo de 5 años. Todo un reto.

El modelo más vendido en Japón en aquella época era el Toyopet Crown, con motores de 1.5 y 1.9 litros.

Lo polémico de esta ley radicaba en que sólo involucraba a modelos de Toyota. El decreto estipulaba que sólo los autos con motor superior a 1.3 litros de cilindrada eran los que debían reducir a una quinta parte sus emisiones. En esa época, Toyota no sólo era la única marca con motores de 1.3 litros; todos sus autos superaban esa cilindrada. De algún modo, Japón le había declarado la guerra a los autos y a Toyota.

Rendirse al 'downsizing' o revolucionar la industria

En aquella época, Toyota era el fabricante de autos más grande de Japón y la segunda empresa más importante del país. El gobierno había herido de manera importante a la marca, pero el fabricante tenía los recursos de un gigante para echar manos a la obra y buscar una alternativa que le permitiese hacer frente a esa ley que la misma prensa bautizó como ley anti-Toyota.

En lugar de migrar hacia motores más pequeños, el director de Toyota en aquel entonces, Eiji Toyoda, reunió a las mejores mentes de la marca para crear un plan que permitiera alcanzar los nuevos objetivos de emisiones. Tenían sólo dos años para llevar a cabo la investigación necesaria.

El equipo lo tenía muy claro: debían encontrar nuevas formas de producir vehículos. Los ingenieros pensaron en aceros especiales para hacer autos más ligeros, con láminas más delgadas pero también más resistentes. El problema es que no existía la maquinaria ni los altos hornos para producir un acero de esas propiedades. Al final, en lugar de desechar el plan, decidieron darse a la tarea de desarrollar también la maquinaria necesaria.

La tecnología de los motores también era crucial para reducir emisiones. En aquella época sólo existían los motores de inyección mecánica de combustible, pero eran escasos y estaban reservados para los vehículos de competición. Al final, Toyota encontró viable adoptar esta tecnología en autos de volumen, no sólo con un sistema mecánico, sino ya con una gestión electrónica.

Tras dos años de preparación y otros tres de desarrollo, Toyota se encontraba lista para cumplir con la norma ambiental a través de un modelo que marcaría un antes y un después para la marca y para la fabricación de autos en esa época: el Toyota Corolla, modelo que terminaría por convertirse en el primer éxito internacional de la marca y, con el tiempo, el modelo más vendido de la historia.

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